lunes, 11 de enero de 2016

Instrucción de Durruti a sus hombres.





Nos acercamos a un gran grupo de hombres reunidos alrededor de varias ametralladoras. Las armas yacían sobre la tierra. Un hombre alto, robusto, de rostro curtido por el sol, cabellos negros y ojos pequeños y vivísimos se acercó al grupo y ordenó montar las ametralladoras y probadas, para llevadas inmediatamente a la línea de fuego. Unos instantes después las armas estaban listas para disparar.





Durruti (él era el gigante que se había acercado al grupo), señaló un objetivo, y las ametralladoras tabletearon durante unos segundos El objetivo, situado a unos quinientos metros de distancia al pie de una colina, se hizo añicos. «Así tenéis que tirar al enemigo, sin temblar», dijo Durruti. «Es preferible caer antes que abandonar una ametralladora. Si alguno de vosotros abandona una ametralladora y no lo pescan los fascistas, yo mismo lo fusilaré. Pensad que la libertad de todo un pueblo depende de vuestra puntería. Una ametralladora perdida es una ametralladora que se volverá contra nosotros.Con estas armas tomaremos Zaragoza y marcharemos sobre Pamplona. Allí entraré con la cabeza del traidor Cabanellas en el radiador de mi coche. ¡Y no nos detendremos hasta que la bandera roja y negra flamee sobre todos los pueblos de la península ibérica! Cuando abandonamos Barcelona, juramos vencer. Un hombre debe cumplir su palabra. Así que tomad estas armas y cuidadlas bien. No debemos dar ni un paso atrás mientras nos quede una bala».





Bastaban diez minutos al lado de Durruti para contagiar a la gente con su optimismo. Era este optimismo el que atraía a las masas; a él iba unido un valor extraordinario, una sinceridad absoluta, una gran solidaridad y un buen sentido de la estrategia. La columna Durruti debía sus victorias a esas cualidades. -Carrasco de la Rubia- (corresponsal de guerra republicano).

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